sábado, 10 de marzo de 2012


 Llueve otra vez. Las gotas de agua golpean fuerte los cristales de mi ventana, como quejidos silenciosos que nadie escucha. El cielo está cubierto, y todo cuanto hay afuera, empapado. La luz tenue entra en mi habitación y la mantiene en penumbra, gris y húmeda. De vez en cuando se cuela un rayo de sol entre las nubes, radiante, que ilumina el horizonte por un instante y las gotas que caen estrepitosamente reflejan su brillo, y luego desaparece. Esa luz resurge hasta ganarle la batalla al aguacero, como la esperanza que apacigua los sollozos del corazón.Me gusta ver las gotas deslizarse por los cristales de mi ventana. Unas caen despacio, otras más deprisa, pero todas van a morir al mismo charco. Poco a poco parece que todo se confunde en la incertidumbre de la tormenta que parece incansable. Desaparecen el tiempo y el espacio y, sin darme cuenta, he dejado de mirar la lluvia. No me encuentro en este lugar, sino en otro mucho más lejano e inverosímil: junto a ti.Me he quedado, sin quererlo, absorta en mis pensamientos. Me imagino el día en que nuestras miradas no se cruzarán, sentenciando desde ese momento un destino compartido. Me imagino la sonrisa que nunca esbozarás, dejando al descubierto tus más ocultos anhelos. Me imagino la tarde en que no pasearemos por el parque, hasta dejarnos caer en el banco que hay bajo el árbol de las flores moradas, cuyo aroma nos devolvía el aliento. Me imagino las tantas cosas que no te diré entonces, mientras me recuesto en tu regazo. Me imagino las respuestas que no me darás con susurros al oído. Me imagino los días que no pasaré a tu lado, y las noches que no dormiré contigo; y me imagino los besos que nunca robarás de mis labios y los ‘te quiero’ que jamás saldrán de los tuyos.




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